Cuando hablamos de que alguien es romántico lo primero que se nos viene a la cabeza es Disney, alguna película gringa de Julia Roberts o Kate Winslet o un galán seductor como Hugh Grant o Bradley Cooper. Imagínate un fin de semana romántico muy cliché: un fin de semana en una cabaña al fuego de la chimenea con una caja de bombones y una botella de vino.

Pareciera ser que la idea de romance es más o menos ese estereotipo, sin embargo, el origen del romanticismo es una cosa nada que ver: Un movimiento cultural de por ahí por el 1800 donde se volvieron cada vez más importantes las emociones y los sentimientos, la identidad personal, ser diferentes, auténticos, originales, creativos y apasionados por la vida. Se desarrollaron distintas expresiones artísticas como la poesía, la pintura y el teatro con un intenso dramatismo. Lo erótico, la fantasía, los sueños y la rebeldía eran temas recurrentes y, por supuesto, se inspiraron nada más y nada menos que en el amor. El romanticismo tuvo su auge y luego su caída, y aunque el mundo cambió, algo quedó. El amor romántico.

Javier conoció a Cristina cuando eran adolescentes. Fueron juntos al colegio y al principio se conocieron como amigos. Él era la estrella del atletismo, de pocos amigos muy cercanos, simple en sus placeres y decidido por la vida. Ella era adorada por sus compañeros y sus profesores, alumna destacada y el florero de la mesa, la de los mil amigos. Entre salidas de adolescentes se fueron acercando y en el viaje de estudios se encendió la chispa. Todo parecía un cuento y su final feliz parecía garantizado. Él estudió ingeniería automotriz y ella bioquímica. Al año de haber egresado decidieron vivir juntos y con el tiempo se casaron y empezaron una familia.

Sería absurdo decir que no tenían diferencias. Cristina disfrutaba de la vida social más que Javier y solía preferir “vivir en el momento”, mientras que él era un planificador nato, calculando cada decisión para tener el futuro que siempre planeó. Se definía como una persona que optimizaba todo. Esto, sin embargo, no los alejaba de ser una pareja excepcional. Disfrutaban de citas una vez a la semana, hacían deporte, se daban sus espacios por separado y también juntos.

¿Qué podría salir mal?

Cuando nos preguntamos: ¿qué es el amor? nos encontramos con infinidades de respuestas. Algunos dirán que es un sentimiento, otros dirán que es pasión, estarán aquellos que hablarán de mariposas en la guata y para los que es demasiado complicado de explicar. Lo que sí tenemos claro es que nuestro entorno marca pauta y la que nos ha marcado a nosotros es la del romanticismo. Estos son algunos de los mitos que nos llegan a la consulta respecto del amor: 

  • Existe una alma gemela para cada persona en algún lugar y encontrarla nos hará sentir completos.
  • Estar solteros mucho tiempo es un problema, porque para ser feliz hay que estar en pareja.
  • Al elegir una pareja lo más importante es el instinto, lo que sentimos en ese momento, y sin eso no hay posibilidad de amor o de una relación.

Estas ideas tan arraigadas pueden tener consecuencias paradójicas: aunque parezca que sirven, hacen todo lo contrario. En vez de ayudarnos a encontrar y vivir el amor, hace que este se vuelva difícil de alcanzar. Nadie tiene el monopolio sobre qué es el amor o cómo vivirlo, e incluso en la psicología podemos encontrar una infinidad de definiciones e ideas, pero para nosotros el amor es un vínculo que incluye complicidad y compromiso. Cada relación es distinta y la manera de vivir el amor en ellas es única: Hay relaciones en que el foco está en ser compañeros de vida, otras en que lo importante es el proyecto de familia, aquellas donde la pasión y la intensidad miden el amor y aquellas donde todo lo contrario, lo sexual y lo romántico quedan relegados. Existen relaciones exclusivas, relaciones abiertas y relaciones polígamas, por un rato o para toda la vida, con sexo o sin sexo, con amor y sin amor.

Bueno, pero ¿qué pasó con Javier y Cristina? Él llegó a terapia sólo porque “lo mandó su señora” luego de una pelea donde golpeó un muro y se rompió la mano. Ella le dijo que tenía que tratarse. Como el problema estaba entre ambos, la invitamos a participar y  al poco tiempo empezamos con terapia de pareja. 

En lo laboral él había renunciado a su trabajo e iniciado un emprendimiento que le demandaba mucho tiempo. Esta decisión la tomaron juntos, pero tener dos hijos, deudas y alta carga de trabajo había puesto una presión nueva en la relación. Entendían que sería difícil, pero no imaginaron las consecuencias. Ya no tenían ni el tiempo ni la energía para ser todo lo que eran antes: mejores amigos, buenos amantes, socialmente activos, compañeros de deportes, confidentes y, en definitiva, almas gemelas, el uno para el otro, el dream team. Como siempre habían tenido esta idea de ser la pareja perfecta, el nuevo escenario los tenía a los dos un poco en jaque.

Ese es el peso del amor romántico: nuestras parejas deben ser todo,  el “amor verdadero” no cambia y es perfecto y para siempre.

Con Javier y Cristina llegamos a la conclusión de que las decisiones que habían tomado tenían un costo. Barajamos los distintos escenarios posibles: tenían la opción de terminar la relación y seguir por caminos separados, tratar de volver a cómo eran las cosas antes o adaptarse a tener una relación distinta. Ni cada uno por separado ni ellos juntos como pareja debían ser perfectos. La idea inicial de Cristina era que Javier tenía el problema. Empezar a reconocer que el problema no era de él ni de ella por separados fue el primer paso. Empezamos a hablar de un problema «de pareja». A hacer preguntas de lo que les pasa y dejar de apuntar al otro. Soltar esa expectativa tan pesada de ser perfectos que los llevó al límite y de encontrar al culpable de la imperfección. Ya no era todo ideal, armonioso, espontáneo e intenso. Su relación había chocado con las exigencias de sus decisiones y hoy se ponía a prueba. 

La verdad es que el amor no es una sola cosa: no tenemos que amar la totalidad del otro, podemos tener críticas o diferencias, y es más, reconocerlas, hablarlas y asumirlas es amor también. La manera en que cada uno de nosotros experimenta el amor es diferente y olvidarnos de los mitos, de las medias naranjas, de las almas predestinadas y del amor romántico nos va a permitir enamorarnos a nuestra pinta y construir las relaciones que nos acomoden, no las que nos contaron. 

La clave está en soltar al Príncipe Azul, a la Bella Durmiente y los felices juntos para siempre. Enfocarse en construir relaciones que respeten nuestros límites y los de nuestras parejas, ver más allá de la atracción y que, con una pizca de suerte, coincidamos en lo que queremos para el presente y para el futuro. ¿Toda la vida? Depende, sólo en tiempo lo dirá. 

La terapia de Javier y Cristina los ayudó a adaptarse a estos cambios. Con el tiempo aprendieron a quererse de otra manera abrieron un nuevo capítulo en su relación. Buscaron recuperar algunos de los espacios que habían perdido y que los habían hecho tan felices y también entendieron que la idea de la pareja perfecta era una carga. Construimos una idea de futuro en que les sirviera como brújula: tal vez hoy hay poco tiempo y mucha carga, pero ese esfuerzo del equipo es para armar un proyecto de vida. Al término de la terapia aún tenían algunas diferencias, pero su visión de la relación y de su futuro había cambiado.

El romanticismo mató al amor, pero eso no significa que esté muerto para siempre, ni para todos.