Una de las frases que más comunes de los pacientes es que existen emociones buenas y emociones malas. Relacionan las emociones “buenas” con la sensación de agrado o placer como por ejemplo la alegría, el amor, la esperanza, el entusiasmo y la gratitud. Por otra parte, relacionan las emociones “malas” con sentimientos desagradables o dolorosos como la tristeza, el miedo, la vergüenza, la culpa, la soledad o la rabia.

Esto puede parecer muy obvio en un principio, pero ¿qué pasa cuando pensamos las emociones de esta manera? Ocurre que tratamos de sentir emociones “buenas” todo el tiempo y evitar las emociones “malas” a como dé lugar. La psicología nos ha mostrado, sin embargo, que las emociones no son ni buenas ni malas. Sí, es verdad que algunas son agradables y otras desagradables, pero todas ellas son muy importantes y cumplen roles que nos ayudan a lidiar con los problemas, incluso las más desagradables de todas. Ahora, podemos estar de acuerdo con que sentir rabia no es placentero, pero les aseguro que en algunas situaciones la rabia ha sido tu mejor aliada.

Roberto es un joven universitario de 22 años que llegó a consultar. Mi primera impresión fue que era muy amable y respetuoso, de trato cordial y de sonrisa fácil. Llegó a la primera sesión un poco nervioso porque, según dijo, no sabía muy bien de qué se trataba ir al psicólogo. Le expliqué que en la primera sesión le preguntaría a grandes rasgos acerca de su vida, lo que le estaba pasando actualmente y que iríamos conversando para armar juntos los objetivos que queríamos alcanzar. A veces haríamos ejercicios más reflexivos y otras veces dejaríamos asignaciones para la semana. Lo importante al principio era que nos conociéramos y que de a poco se fuera sintiendo cómodo en el espacio de terapia.

Me fue contando que estudiaba medicina en cuarto año y que era un apasionado por su carrera. Vivía con sus padres y 3 hermanos menores con quienes describía tener una buena relación. Cuando coincidían comían juntos y a veces hacían panoramas de fin de semana. Le gustaba dedicar su tiempo libre a estudiar y a jugar fútbol con sus amigos. No le interesaba mucho carretear ni el alcohol y me contaba que sus amigos eran todos hombres. No había tenido nunca una relación de pareja formal, pero eso no le preocupaba. Pensaba que en este momento era mejor enfocarse en estudiar y que ya tendría tiempo para conocer a alguien más adelante. La conversación fluía bien, pero al mirar las distintas áreas de su vida no aparecía ningún problema evidente. Al preguntarle qué lo traía a consultar, comenta que había tenido un episodio jugando fútbol donde le había pegado a un oponente y que no era la primera vez que había tenido reacciones violentas. Comenta que a veces le pasaba que sentía tanta rabia que perdía el control: “es como si me entrara algo, como que dejo de pensar y actúo. Ese día salté encima del otro tipo y le empecé a pegar y si no es porque otros me frenan, le hubiera seguido pegando”.

Las emociones son estados temporales que generalmente aparecen en relación con el contexto o la situación en la que estamos para ayudarnos a lidiar con ella. Podemos estar viendo una película y entristecernos, estar en una fiesta y divertirnos, tener un problema y preocuparnos o incomodarnos por algo y enojarnos. Experimentar distintas emociones es parte de la vida, y mientras más diversas las experiencias, probablemente mejor vamos a poder lidiar con lo que nos depare el futuro. La rabia en particular es una emoción que aparece cuando algo nos molesta y no estamos dispuestos a aceptarlo tan fácilmente, ya sea rabia hacia uno mismo, hacia alguien en específico o hacia el mundo en general.

Todos nos hemos enojado alguna vez en la vida y si pensamos en la última vez que sentimos rabia, probablemente nos vamos a encontrar con algo que no nos gustó y que quisimos cambiar. Cuando vas manejando y alguien hace una maniobra peligrosa, cuando pierdes las llaves de tu casa otra vez o cuando ves las injusticias que ocurren en distintas partes del mundo puedes experimentar rabia. También hay algunas emociones que se derivan de la rabia como la traición o la frustración, que son esencialmente rabia, pero con otros ingredientes.

Sentir rabia es algo normal, sin embargo, lo que hacemos con ella puede variar de situación a situación o de persona a persona. Uno de los primeros pasos que trabajamos en terapia es en si los pacientes logran reconocer sus emociones, ponerle nombre, y muchas veces nos encontramos con que cuesta. Luego vemos si esa emoción ayuda a la persona a lidiar con ese problema o si causa otras complicaciones mayores. Claramente sentir rabia no significa que podamos golpear, agredir o insultar a otros. Cómo entendemos esa emoción es clave y el paso que sigue es aceptarla y no reprimirla. Es mejor reconocer que algo me molesta y hacerle caso a la rabia que acumular y acumular. Por último, vemos las conductas con esas emociones para que no sólo reaccionemos a ellas, sino que las podamos usar a nuestro favor.

A mí me gusta hablar de las emociones como una brújula que nos apunta en una dirección. Muchas veces las personas interpretamos el miedo como una señal de que debemos evitar o arrancar de algo, pero si nos detenemos a pensar que la brújula de las emociones nos está orientando para lidiar con ese problema, puede que nos demos cuenta de que si siento miedo frente a una decisión importante, la brújula me esté tratando de decir que tenga cautela, que evalúe riesgos o que pida ayuda para tomar la decisión y no solamente arrancar de esa situación. Que no nos tiremos a la piscina de golpe, sino que vayamos con cuidado para que la decisión que tomemos sea sensata. Con la rabia ocurre lo mismo, así como asociamos el miedo con la evitación, la rabia la asociamos con la agresión, pero en realidad la rabia nos ofrece mucho más que sólo agresión. Aprender a reconocer y manejar esta emoción nos puede ayudar a respetar nuestras necesidades y a poner límites cuando es necesario.

Volviendo al caso de Roberto, con el paso de las sesiones fuimos viendo que él en general no era una persona que tuviera reacciones agresivas todo el tiempo, sino más bien había tenido episodios en los que había estallado y no sabía por qué. A ver, tenía una idea, sabía qué era lo que le había molestado en ese momento, pero no entendía por qué a veces tenía esas reacciones en las que no se podía controlar. Es más, comentaba que en los partidos de fútbol muchas veces se había enojado porque sus compañeros cometían algún error, sus contrincantes hacían una falta o incluso consigo mismo por fallar un gol, pero no entendía por qué si tantas veces se había enojado y lo había considerado parte del juego, esta vez su reacción había sido ir a golpear.

Fuimos conversando con Roberto acerca de otros episodios similares en el pasado y habían ocurrido en distintos contextos y con distintas personas: una vez con su hermano al que le pegó porque otra vez había entrado a su pieza sin permiso y le había sacado sus zapatillas, con un profesor al que le gritó y salió de la sala con un portazo por tenerle “mala barra”, consigo mismo pegándole un combo a la pared por haber sacado una nota más baja de lo que esperaba. Tratamos de hacer una conexión entre estas situaciones, pero no fue tan fácil, así es que fuimos explorando cada una de ellas con más detalle. Algo le pasa a Roberto que el mecanismo de la agresión se activa de forma tan intensa, y lo que nos encontramos sí que nos ayudó a entender lo que le pasaba y a buscar formas de ayduarlo.

Había situaciones se habían repetido: sacarse una mala nota alguna vez, que el hermano usara su ropa sin permiso o que un profesor lo tratara injustamente, pero la mayoría de las veces Roberto no decía nada. Pensaba que no era tan importante y, aunque internamente le molestaba, se quedaba callado. Estas situaciones, cuando se repetían una y otra vez, parecía que iban acumulándose y como él “barría bajo la alfombra” y no gestionaba su molestia ni la expresaba de ninguna forma, era como un contenedor en el que la presión iba aumentando y aumentando y cuando menos se lo esperaba, estallaba. Fuimos trabajando con él en poder darse cuenta de lo que le molestaba en el momento y ayudarlo a leer la famosa brújula. Fuimos semana a semana hablando de cosas cotidianas que le generaban reacciones emocionales de todo tipo. Aunque la rabia era la que más se repetía, aparecían otras también que era importante ir reconociendo y comparando.

Armamos una idea con dos formas de lidiar con los problemas por parte de Roberto. La primera: aguantar, reprimir, omitir e ignorar lo que le molestaba. Esto le ayudaba a hacerse menos problemas por cosas cotidianas, aunque le causaran malestar, pero el costo era que la presión podía ir acumulándose. Era como si un contenedor se fuera llenando cada vez que Roberto dejaba pasar alguna cosa. Normalmente, esa presión podía salir de alguna u otra manera, sin embargo, a veces la presión se acumulaba más de lo esperado. Es ahí donde aparece la segunda forma de lidiar con los problemas: el estallido. Cuando ha acumulado mucho, cualquier cosa que lo haga enojar puede ser un detonante. Su presión interna estalla y ahí es muy difícil poder mantener el control. ¿Cuál fue la solución? Pues buscar formas de que la presión no se acumule hasta ese límite, porque cuando llegaba el estallido, sálvese quien pueda.

Poco a poco Roberto fue sintiéndose más eficaz en manejar estas situaciones cotidianas. Parecía que la lección estaba aprendida y, aunque a veces costaba, ya iba pudiendo manejar mejor su rabia. Fuimos trabajando semana a semana explorando lo que había hecho, si  lo había aliviado o no, si podría haber hecho algo distinto y qué podía hacer para dejarse guiar por su rabia cuando todavía no era tan intensa. Lograr manejar estas situaciones cotidianas ayudaba a que el contenedor no colapsara para que no llegara al punto de estallar.

La rabia es una emoción muy importante a la hora de poner un límite a otros. Buscó la forma de hablar con su hermano y de que le pidiera las cosas, que a veces le diría que sí y otras que no, pero que no le sacara sus cosas sin permiso. También entendió que en una casa con 4 hermanos iban a pasar cosas que le iban a molestar y que si lo golpes no evitaron que su hermano siguiera sacándole cosas, tal vez otras formas podrían hacerlo entender, como en vez de decirle que no siempre, a veces decirle que sí o buscar acuerdos entre ambos. Costó, porque le siguieron sacando cosas, pero con el tiempo fueron llevándose mejor. Empezó a conversar con sus amigos de las injusticias que veía con sus profesores y a buscar formas de bajar la rabia cuando pasaban cosas como una mala nota. No significa que dejara de enojarse o de sentir rabia, sino que aprendió que él tenía un límite y que a veces la vida es injusta, las expectativas no se cumplen y los partidos de fútbol se pierden.

La rabia no es una emoción negativa, y aunque puede ser desagradable, es tremendamente útil. Sentir rabia no necesariamente significa ser violentos, pero si tú no pones un límite, vas a llegar a tu límite.